Fuga - Extracto
Levantarlo en una goma por tres, cuatro, cinco cuadras. Recostarse y girar la manilla, que todos den la vuelta y tengan que mirar. Balancearse, acelerar: el olor a gasolina ligada con aceite, olor a podredumbre mecánica, a siglo veintidós en el tercer mundo, que es lo mismo que siglo catorce en el quinto infierno; olor a decadencia, al fracaso de todos en forma de humo negro que se acomoda y se niega a subir como cualquier gas que tuviese dos dedos de vergüenza. Luego el ruido. Ruido de muffler roto que suena a prisa, a atropello, a descuido, a llanto, a grito de ayuda, a pistola cepillá. Ruido que obliga a taparse los oídos, alejarse, escapar, la fuga; un ruido espantoso para el resto del mundo que no entiende que así suenan las entrañas de la máquina dueña del pedazo, la reina de la selva; un ruido que se eleva por encima de todos los ruidos de la ciudad más ruidosa que el mundo hubiese soñado. Rey Ruido, que nos grita “malditos, mírenme, yo también soy alguien, no he comido más que arroz con huevo en dos semanas, no he dormido en tres años, vivo en el mismo culo del mundo, donde Dios se limpia y tira el papel; pero por un minuto, mientras esa goma está arriba, yo también soy Dios: un Dios que bajó de la cruz con trenzas, en un Buscamoro que calibra. No tengo miedo a la muerte porque vivo en la muerte, no tengo miedo a caer porque no me he levantado, no tengo miedo a lo que venga de frente, porque si es en vía contraria vale doble: me ven dos veces, soy dos veces Dios”.